Íbamos
por la ruta de montaña que cruza Catamarca en medio de la noche cerrada
intentando llegar para la cena a un pueblito que en los mapas figura como
Aconquija pero los tucumanos prefieren llamar Las Estancias. El ruido del ripio
cedió ante la aparición del asfalto cuando todavía faltaban unos cincuenta
kilómetros. Dicen que hay un camino más directo pero pasa por propiedad privada
y en los feudos del Norte Grande nadie jode a los poderosos recordándoles que
las rutas son públicas.
Por
el parabrisas se podían adivinar, al fondo, las espléndidas cumbres de los
Andes que techan prácticamente toda la geografía provincial. Fuera de alguna
laucha que corría cuando veía las luces del auto, podía decirse con
tranquilidad que éramos los únicos seres vivos en la zona.
Para
cortar el silencio encendimos la radio y como no teníamos ningún cedé jugamos a
ver qué frecuencia podíamos captar. Enganchamos una
interferencia que por lo bajo repetía la Radio Nacional, donde se entrevistaba a un ministro y se contaba que
la temperatura en Buenos Aires era de veintiocho grados y cambiamos porque no
nos importaba ni que en Buenos Aires hiciera calor ni que el ministro pensara
que éste es el mejor gobierno de todos los tiempos porque lo tiene a él de
ministro.
Detuvimos
la perilla del dial cuando escuchamos, con una claridad inusitada para la Nada
donde estábamos, a Frank Sinatra cantando Strangers in the Night,
seguido por Edith Piaf y su Vie en rose. Avanzamos varios kilómetros
perplejos, disfrutando de la música e intentando descifrar qué radio podía ser,
hasta que la voz de Bruce Springsteen se cortó antes de terminar de cantar que
había nacido en los Estados Unidos.
Cuando
llegamos a Aconquija ya estaban sentados a la mesa y, con el mismo tono de sorpresa que puso el vigía de Colón cuando gritó Tierra, comentamos lo sucedido.
“Es la radio de la minera. Los gringos viven ahí y no les gusta el folklore,
así que ponen eso”, dijo el dueño de casa y cambió de tema, con total
naturalidad.