En mi primer trabajo de cadete había un abogado joven con
el que nos hicimos bastante amigos. Era una excelente persona, un tipo
sencillo, laburante, siempre alegre y que tenía miles de cuentos porque había
trabajado de lo que se te ocurra para pagar su carrera en la universidad del
Estado. Le habían dado una oficinita sin ventana y un sueldo mediocre donde con
el transcurso del tiempo fue demostrando que sabía más de derecho de lo que los
jefes pensaban, no obstante lo cual nunca le aumentaron el sueldo ni le dieron
una ventana.
Un día anunció que se iba a poner su propio estudio y
todos se cayeron de culo cuando dijo que a tal efecto había alquilado un piso
frente al río en Puerto Madero. Decía que el abogado era antes que nada un
confesor y no contaba acerca de sus clientes, salvo que uno de ellos le había
pedido que se abriera solo para tenerlo para sí a tiempo completo.
Con el tiempo yo también cambié de trabajo y nos juntamos
algunas veces a tomar unas cervezas en un pub de Reconquista y recordar épocas
pasadas. Seguía siendo el mismo tipo laburante y alegre y una vez me pasó a
buscar con un coche nuevo que se había comprado y se le notaba la felicidad del
que cumplió el sueño de ser de los que manejan un auto alemán hecho en Alemania
y no en Brasil.
La última vez que lo vi me lo crucé en la calle cerca de
Tribunales. Vestía un traje caro y lentes negros. Le di un abrazo que contestó
secamente pero lo mismo quedamos en juntarnos pronto a tomar unas cervezas.
Lo llamé algunas veces y siempre decía que estaba ocupado, que justo esta
semana imposible, que se iba de viaje y después me llamaba.
El otro día leí en el diario que ahora es el abogado de un
tipo importante, con mucho dinero y poder y mujeres y autos alemanes hechos en
Alemania, al que acusan de haberse quedado con una millonada de plata del
Fisco.
Debe ser por eso que ya no puede juntarse a tomar una cerveza con el cadete
del estudio.