miércoles, 15 de mayo de 2013

Remate

Tenía mi tío un pedazo de tierra, que en realidad era de su mujer, en un punto perdido de la geografía de Entre Ríos. Allí pasó la mayor parte de su vida y hasta una vez escribió un librito, que le publicó un sobrino con imprenta, sobre sus experiencias con los rusos alemanes, que es como en la costa del Uruguay llamaban a los alemanes del Volga, esos que puteaban a la peste de la langosta el idioma de Nietzsche mientras tomaban mate del samovar.

En los momentos de soledad, que eran muchos, y cuando tenía un problema de salud, mi tío le rezaba a una figura de la Virgen que había puesto en el pasillo al lado de su dormitorio. Decía que después de orar un rato se sentía mucho mejor y, si era de noche, lograba dormir unas horas.

Una tarde, ya retirado en un departamento porteño y el pedazo de tierra a cargo de sus hijos, lo fui a visitar. Aunque tenía más de noventa años y arrastraba los pies al caminar, seguía siendo uno de los hombres más duros que conocí. Esa tarde, no obstante, estaba caído, triste. “¿Qué te pasa?”, le pregunté.

Me mostró un aviso que había salido ese día en el diario: Saráchaga remataba los muebles de la casa del pedazo de tierra, algunos con bastante valor más por viejos que por lindos.

“Me enteré por el diario. Nadie me avisó -me dijo-. ¿Y sabés qué es lo peor? Ya me vendieron la Virgen”.