Sobre la calle principal
de Tilcara, que como todo en Jujuy se llama Belgrano, había una señora que en
su pequeño rescoldo preparaba unas riquísimas tortillas de pan sin levadura que
cobraba un peso o dos si la querías con jamón. Era una costumbre con la primada
alguna tarde durante las visitas comprar una botella de cerveza y sentarse en
la plaza a merendar ese manjar. En verano, a partir de que Tilcara se puso de
moda con los porteños, para comprarle la tortilla a la señora había que hacer
cola, pero ella no se inmutaba y las preparaba de a una con tranquilidad.
“Tiempo andino”, llama a esa parsimonia una prima mía que conoce las montañas
desde Chile hasta Colombia.
Un señor visiblemente
porteño, que esperaba su turno y tenía hambre, se acercó al rescoldo y a la
señora para sugerirle hacer dos tortillas al mismo tiempo. “Tiene lugar en la
parilla –le dijo-, y si hace de a dos no sólo va a haber menos fila, sino que
usted va a ganar más, porque podrá atender al doble de gente y cada persona que no le compró porque había que
esperar va a venir a comprarle”.
La mujer, con sus ojos
aindiados y sus manos gastadas, lo miró un instante y dio vuelta la tortilla. Cuando
el porteño se estaba por dar por vencido en obtener una respuesta, ella volvió
a mirarlo y le contestó: