sábado, 11 de abril de 2015

Miedo

Una medianoche de verano hace algunos años iba caminando por la calle Coronel Díaz cuando se me acercó un flaco corriendo a pedirme plata. Le dije que no de mala manera y seguí mi camino. Mientras avanzaba por la vereda opuesta al parque, la del edificio de la SIDE, pude ver cómo hacía la misma jugada con dos señoras. Volví sobre mis pasos y lo miré. Alto, flaco, morocho, tenía cara de buen pibe. Le dije “hermano, así no va a andar esto, si querés guita y no vas a chorear no podés meter miedo”. El pibe me miró y, aunque no contestó, puso cara de entender. Le di diez pesos y lo dejé.

Me lo volví a cruzar meses después en la esquina de Santa Fe y República Árabe Siria, justo donde empieza o termina el Jardín Botánico. Nos dimos la mano y de nuevo le dejé diez guitas. Parecía haber aplicado lo que le dije o al menos se suavizó de algún modo: en el bar de esa esquina no son de bancarle mucho la parada a los que piden unos mangos.

Hace unas noches volví a verlo por Las Heras. Estaba apurando a un par de chicas que esperaban el 93 y que nerviosas sacaron cinco mangos de la cartera. Dejé que terminara su trabajo y me acerqué. Me dio la mano y le dejé veinte pesos, la inflación. 

“— ¿Volviste a meter miedo, papi?
— Es la que va, la gente está re cagada. Levantás un poco la voz y enseguida te tiran unos pesitos” me dijo, con una sonrisa pícara.