sábado, 30 de marzo de 2013

La Casa de la Madama

Daireaux es uno de los tantos pueblos bucólicos de la pampa bonaerense, con su estación de servicio sobre la ruta, su terminal con un bar cuyo dueño papa moscas hasta que amarra algún colectivo, su Iglesia y su Banco Provincia y uno o dos restaurantes donde los comensales desean buen provecho cuando entran y cuando salen. Es otra más de las tantas localidades fundadas a lo largo de la vía de un ferrocarril que desapareció con el país.

Unos kilómetros más allá, en dirección a Carhué, siguiendo una larga avenida de polvo, hay un cacerío llamado La Larga. En las épocas de gloria, hace cien años, en La Larga paraba un vagón especial y hacían poner una alfombra roja entre la estación y el coche para que bajara uno que era poderoso e iba a visitar a su mujer. Hoy de eso no queda casi nada: apenas la estación, devenida en un aborto de centro cultural eternamente cerrado, y una panadería con kiosco incorporado.

Al fondo de la avenida, separada del resto de las demás, hay una casa vieja de estilo italiano escondida entre los inmensos eucaliptus. Ahí vivió una rumana que se llamaba Elena Gorjan y que enamoró a Julio Argentino Roca en la Niza de principios del siglo pasado. Dicen quienes la conocieron que era muy bella y tenía muchísimo carácter, ideal para un tipo que, ya ex presidente, en las cartas a su hermano se jactaba de haber sido el mejor administrador que jamás tuvo la Nación. Elena se vino a Buenos Aires invitada por su nuevo amigo y las hijas de Roca la exiliaron en el campo, avergonzadas de que su padre saliera con una bailarina de cabaret. El general, que era viudo, nunca escondió su relación, pero tampoco tuvo prisa en oficializarla. Por eso le construyó la casa y, dicen, le prometió incluirla en su testamento.

Tras la muerte de Roca, Elena se quedó en la casa por un tiempo y le escribió una carta a su hijastro, luego vicepresidente de Justo, reclamándole lo prometido. Está redactada en perfecto francés y siempre que se refiere a su amado lo llama “mon pauvre Général”. La familia la ignoró y sólo le respetó su morada de estilo italiano.

La vida de Elena después de la de su amado es confusa. Sólo se sabe que se radicó en Mendoza y que una noche del año cincuentipico mandó a la mucama a comprar un champancito, brindó con ella y se fue a dormir para nunca despertar.

En Daireaux dicen que la casa vieja de estilo italiano de La Larga es de un radical que fue intendente, pero nadie parece recordar que si el tren alguna vez paró ahí y ponían la alfombra roja sobre el polvo era porque se trataba, como le decía la peonada, de la Casa de la Madama.